
Spring Festival Short Story Competition 2021
Spanish Category Winner
Nadie Quiere Volar Solo
Written by Mark Montovio
Tan pronto como Caracas viste el cielo de naranja, una multitud de guacamayas canta y baila, todas agradecidas que un día más, pudieron saludar de nuevo al sol. El resonar de sus alaridos, simplemente una exhortación para cobijarse al acabar el día, late fuertemente en los edificios, y consigue que el caraqueño no piense en su caos cotidiano, por breve que sea, y se embriague de ilusión y de esperanza.
Esa orquesta, decía mi abuelo, la dirigía Dios, para que los atardeceres de la capital venezolana fuesen siempre inolvidables. ¡Y cuantas tardes lo fueron! Ahí, sentado en su regazo, seguro, querido y consentido, gozaba pendiente de cada palabra, que con la magia que solo tiene un abuelo, salía de sus labios. Tejía historia tras historia, que seguro había ido almacenando en lo más profundo de su corazón durante décadas, solo para contármelas a mí. Al menos eso me hacía sentir.
Sabes Ernesto contaba una tarde. Los cielos de mi infancia no lucían estos colores. Las guacamayas tienen su reino en las selvas tropicales. Han conseguido adaptarse a un entorno que no es el suyo y el hecho de que estén acá es solo el triste reflejo del desequilibrio ecológico que vivimos.
¿Cómo así paíto? le preguntaba siempre solo para que siguiese.
Acá descansan sobre antenas, azoteas y alfeizares. Con ese bello plumaje las guacamayas decoran las vistas más grises de esta ciudad, pero cuan bonitas estarían en los árboles. Ya sabes que dice la abuela…
Sí, que son ángeles de la guarda. Un milagro de Diosito.
Sabes mi amor, las guacamayas fueron uno de los tesoros que Cristóbal Colon se llevó para Europa tan impresionado quedó con ellas.
Debe haber muchas. ¿A que sí? Yo creo que si siguen acá en Caracas, es porque son felices. ¿Te parece?
Seguro chamito, palabras sabias. Vittorio Poggi, un gran señor italiano, lo decía. ¡Como las cuidaba cuando empezaron a llegarle a su ventana hace 50 años en Bello Monte! Venían todos los días, incluso le seguían cuando andaba por la calle. Cuidó a muchísimas en libertad y por eso ahorita hay tantas.
¿Vendrán hoy paíto?
Sabes que, aunque son ruidosas y gregarias, y siempre anuncian su llegada, debemos recordar que lo más bello, es que nosotros no las elegimos a ellas, ellas nos elijen a nosotros.
¡Que rico! ¡Ya puedo oler las arepas!
¡Tu abuela hace las mejores de toda Venezuela! ¿A que sí?
¡Por cristo nuestro señor! ¡Que susto! gritó la abuela.
El aleteo vigoroso de la linda pareja, que casi siempre llegaba a la ventana, la asustó en el momento que entraba con nuestras arepas y un recipiente de papaya y auyama para ellas. Cortaba los vegetales en trocitos todos los días para que les fuese fácil agarrarlos con una pata.
Y así, cada día, nos sentábamos los tres, contemplando como las guacamayas disfrutaban de su festín y nosotros de las arepas de la abuela. Habían estado toda una vida juntos. Habían sacrificado mucho, sufrido mucho, pero se amaban, y yo sabía que a pesar de todo eran muy felices juntos, arraigados a tradiciones y creencias que fortalecían su identidad.
Comíamos en silencio, y apenas decíamos nada, disfrutando de nuestras amigas, hasta que del mismo modo que habían llegado, se volteaban, y dándonos las gracias, desaparecían entre las nubes.
Allá van Alejandro. Libres como el mar solía repetir la abuela.
Pero siempre juntas Carmen contestaba el abuelo. Nadie quiere volar solo. ¿Verdad Ernesto?
La abuela nos dejó, sin avisar, así de golpe, y con ella la ilusión de mi abuelo. Día tras día seguía sentándose al lado de la ventana, esperando a las guacamayas, hasta que también ellas, y también sin avisar, dejaron de regalarnos su tiempo. Pero el abuelo, después de haberse sentado ahí cada atardecer durante más de dos décadas no sabía cómo hacer otra cosa. Yo le acompañaba cuando podía. Me habían dado tanto, y me parecía doloroso verlo sentado solo, y sin quitarles la vista a las guacamayas que volaban de lejos. Pero la vida ya parecía que había levantado muchos muros entre nosotros. El con su mirada al cielo, y yo con la mía al horizonte.
Bendición paíto le dije esa tarde mientras guardaba mis macundales en la maleta, consciente de que mi partida le volvería a romper el corazón.
Dios te bendiga Ernesto.
A pocos meses de mi llegada a Europa, el abuelo no tardó mucho más en coger vuelo para hacerle compañía al amor de su vida. Todavía vive la imagen en mi corazón del hombre que asomado a la ventana, soñaba, y disfrutaba de lo poco que tenía a su alcance. En un país, que hasta el día de hoy sigue estancado en estado de crisis, el reconocía el gesto de paz, libertad, amor y esperanza, que representaban las visitas de sus hermosas guacamayas.
Sé que no supo lidiar la soledad. Aunque aceptó que yo necesitaba buscar mi propio camino, lejos del corazón de mi infancia, no llegó nunca a entender que las guacamayas no pudieran ser las guardianas de mi felicidad. Cuanto lo extraño…
El aleteo repentino de una paloma me hizo volver al presente.
Acá sentado, contemplando las calles grises y desiertas desde mi ventana, era testigo de esta gran pandemia que cada día nos robaba a más y más de nuestros queridos abuelos. Esperaba cada tarde, con la misma paciencia que cultivé de niño, que esta paloma solitaria y gris apareciera, nerviosa y un poco ingrata, para picotear los trocitos de pan seco que le arrojaba, mientras recordaba el sonoro cielo pincelado de colores de los atardeceres de mi querida Caracas.
El tiempo y la lucha, habían desviado mi rumbo. Había perdido el vínculo al ombligo de mi tierra, de mis raíces, de lo que importaba. No podía negar que mis pensamientos siempre volvían al mismo lugar, y con la mirada al cielo, mi corazón le pedía a Dios que las bellas guacamayas se posaran ya mismo en mi ventana.
¡Cuánta razón llevabas paíto! Nadie quiere volar solo…
Judge Charlie Durante’s comments:
“This story travels all the way from a crespuscular Caracas to a grey Europe in the grip of the pandemic. That physical journey reflects the spiritual and emotional trajectory of the protagonist, who has left behind a childhood paradise in Caracas with his beloved grandparents and the ever-present, colourful and friendly birds, the ‘guacamayas.’ There is a strong bond between grandfather and Ernesto, his grandson, and their fascination with the exotic birds symbolises this love. Mark is an expert at weaving local colour into his story in a very natural, unobtrusive way so that we can almost visualize the gorgeous birds, smell the food, and see the antennae and terraces that punctuate the Caracas skyline. European exploitation of the Americas is hinted at with Columbus taking some of the native birds to Spain. Likewise, the degradation of the ecosystem has deprived the birds of their natural habitat. But like all paradises, this one is also doomed. The grandmother dies, followed soon after by the death of Ernesto’s beloved grandfather. A disillusioned Ernesto ends up in a grey, stricken Europe. His attempts to befriend an ungrateful dove are no substitute for the wonderful ‘guacamayas.’ Is this just an inevitable result of growing up or is the story more of a meditation on how fragile happiness is? The birds are gregarious and their closeness to Ernesto and his grandparents testifies to the importance of togetherness and companionship. No wonder the title declares unequivocally how important it is not to fly alone!”
Spring Festival Short Story Competition 2021
Spanish Category Runner-up
Recuerdos de un Dia de Niebla
Written by Vicky Bailey
Había una niebla espesa que hacía que todo apareciese misterioso. Las calles estaban vacías. El concierto había terminado hacía unos minutos pero todo el mundo había desaparecido. Mis dos amigas, que me habían acompanado, vivían cerca del teatro, pero yo tenía que coger un autobús para volver a casa. Aligeé el paso, nunca me gustó la niebla, siempre la relacionaba con episodios en mi vida que habían sido poco agradables y a veces infelices.
Llegué a la parada de autobús donde ya esperaban dos mujeres que mantenían una animada conversación. Discutían en relación al referéndum sobre el aborto. Una estaba al favor del cambio de la ley y su amiga pensaba que no, que todo aborto era un crimen. Al oírlas pensé, que si eran amigas, sus posiciones en este tema eran tan diferentes que no seguirían siendolo por mucho tiempo.
En ese momento llegó el autobús y todas subimos a él. Las dos mujeres siguieron argumentando. Yo llegué a mi destino. No se si sería la niebla misteriosa o los argumentos que había escuchado, pero cuando llegué a casa sentí como una opresión en las sienes y decidí tomarme una tila y acostarme. Traté de pensar en la bonita música que había escuchado en el concierto pero no conseguía coger el sueno.
Mis pensamientos volvieron hacía muchos anos atrás. Yo estaba de la mano de mi madre en un cementerio. Seguro que fuimos muchas mas veces allí pero ese día se me quedó impreso. Tambíen había niebla y el cementerio parecía un lugar misterioso y mas lúgubre de lo normal. Mi madre se paró delante de una tumba con un ángel y yo me acerqué a leer las letras. En ese tiempo yo estaba muy orgullosa de que sabía leer. Leía todo lo que se me ponia por delante. Imaginen mi sorpresa cuando leí mi nombre en la lápida “Susan Reading”. Me llevé tal sobresalto que empecé a llorar. Mi madre dejó las flores. me abrazó y me preguntó que era lo que me pasaba. Yo, entre sollozos, le contesté que mi nombre estaba en esa tumba y que si iba a ser la mía. Ella me contestó que no era mi tumba, que no tenía nada que ver conmigo. Me dijo que era la tumba de una tía abuela suya que había muerto muy joven.
Mi madre me secó las lágrimas y luego me explicó que mi nombre estaba en la lápida porque su tía abuela se llamaba lo mismo que yo. Me dijo que a mi padre y a ella les había gustado el nombre y me lo habían puesto en recuerdo de ella.
Poco después nos fuimos del cementerio. Yo todavía tenía miedo y no me olvidé de aquello en mucho tiempo. Anos después supe la historia de mi tocaya.
Ella tenía 29 anos y ya tenía cuatro hijos cuando quedó embarazada del quinto. Ella estaba muy disgustada porque apenas se había recuperado del último parto. En esos tiempos había pocas ayudas para esos problemas. Todos los embarazos y partos acarreaban muchos riesgos.
El matrimonio era muy pobre y ya tenían problemas para darle de comer a sus cuatro hijos. El marido de Susan era un simple carpintero que trabajaba en todo lo que encontraba . La paga era poca y las horas eran largas. Ella no sabía como iban a salir adelante con un quinto hijo. Ni ella ni su marido tenían familia que pudieran ayudarle.
Su salud tampoco era buena y decidió recurrir a una curandera. Su marido trató de desuadirla y tuvieron muchas discusiones. Ella trató de convencerlo, diciendole que dos amigas suyas habían tenido el mismo problema y todo había salido bien. No llegaron a estar de acuerdo, pero ella siguió adelante.
Acompanada por una de sus amigas fue a la curandera. Sufrió mucho pero pensó que era la única solución. Con la ayuda de su amiga regresó a casa pero empezó a desangrarse. El marido cuando llegó a casa y la vió puso el grito en el cielo. Llamaron al médico pero éste no pudo hacer nada. Unas horas más tarde murió.
Dejó atrás a su marido y a cuatro criaturas pequenas. Cuando mi madre me contó esa historia me dijo que en esos tiempos estos desenlaces eran muy comunes.
Yo nunca he olvidado su triste historia. El debate que escuché esta noche me la recordó una vez más. Siempre pienso que si Susan hubiese vivido en otros tiempos su historia no hubiera tenido un desenlace tan infeliz.
Judge Charlie Durante’s comments:
The abortion issue remains unresolved in Gibraltar. I recommend this story to anyone who has any serious doubts as to how to vote in the forthcoming referendum. Fog has often been employed by writers to create mystery, to generate uncertainty, and to inspire fear. The narrator of our moving story is especially susceptible to the unpleasant associations of fog. She recalls a foggy evening after a concert when she happened to overhear two friends arguing about the pros and cons of abortion. It’s such a contentious issue she feels they will not remain friends for long. The menacing fog and the talk about abortion disturb her night’s sleep and she recalls an incident in her childhood which is indelibly etched in her mind. Her mother took her to the cemetery where she saw a grave with her name on the tombstone. The poor thing is aghast and frightened. Mother explains it’s the grave of a sister of her grandmother who died from a botched abortion performed by a quack. Her namesake already had four children and they could ill afford a fifth. What makes this story pull at the heart string is its human warmth, its empathy with those who suffer, sometimes needlessly and because society is inflexible and condemnatory, its vision of a more benign and loving future. It is a ‘triste historia’, but as long as we have people like the narrator, there is still hope for the human race.